martes, 1 de marzo de 2011

Lluvia y Vida

Me gusta la lluvia. Sé que trae consigo días grises y a algunas personas las deprime, y ansían que termine para que salga de nuevo el radiante sol, y el cielo vuelva a su maravilloso azul. Además, es cierto que cuando inevitablemente hay que andar por las calles, debido al trabajo o gestiones necesarias, es una incomodidad. Además de mojarse, se corre el riesgo de pescar un resfriado y si se tienen las defensas bajas, éste puede enviar a cualquiera a la cama. Estos inconvenientes ocurren sobre todo en la ciudad. Y es acá donde el problema de solo mojarse y hasta resfriarse, se queda corto ante las inundaciones de zonas urbanas a orillas de ríos y arroyos, o cuando los sistemas de drenaje de las aguas pluviales, colapsan. Efectivamente, a veces es todo un caos esta situación.


Y sin embargo, la lluvia me gusta, siempre fue así, desde que era un niño, en el norte de mi país, mi terruño segoviano donde dejé mi ombligo. Recuerdo que me encantaba ver llover en mi pueblo, mientras se filtraba desde la cocina el café colado recién hecho, inundando todo con su aroma especial. El delicioso olor a pan cuando se estaba horneando, o las rosquillas de maíz. Y las mañanas de lluvia, con el aroma de la comida matinal de mi tierra, donde la base alimenticia es precisamente el maíz. El rico maíz, del que se hacen las infalibles tortillas, las mismas que acompañamos con nuestros platillos en Nicaragua, Honduras, toda Centroamérica y México.




En las en islas del Caribe, se prefieren los tubérculos, y en el cono sur, prevalece el pan, por lo que en ambas latitudes, es visto como algo exótico o extraño que disfrutemos de las tortillas de maíz en un buen desayuno, al estilo campesino, por ejemplo, donde no faltan los frijolitos molidos fritos, o un buen “gallo pinto” (arroz con frijoles), en el caso de mi tierra pinolera (de pinol, o pinolillo: maíz tostado y molido, con cacao y especias dulces, para bebida). Y a ese plato, se suele agregar algún huevo entero, o “estrellado”, y hasta mantequilla o cuajada, hechas con la leche ordeñada en las haciendas y fincas. ¡Vaya, cuánta grasa! ¡Sí que es un desayuno pesado! Pero no cabe duda que delicioso también. Claro que para quienes lo acostumbran. Aunque no es recomendable para quienes padecen de problemas cardiovasculares, por supuesto. Pero bueno, “una vez al año no hace daño”, reza un dicho popular. Siempre hay otras opciones para un desayuno rico y saludable, como las frutas, que en el trópico hay de mil especies y variedades para elegir.




Me extendí con esto de la comida, aunque no es el tema que me ocupa. Lo que ocurre es que suelo asociar la lluvia con los sabores y aromas de mi tierra, y con el campo. Como ocurre con el mismo maíz, pero cuando está tierno o “nuevo”, del que por los meses de julio a septiembre se suelen hacer variedad de alimentos: atol, yoltamales, güirilas (tortillas de maíz tierno), elotes cocidos y asados, etc. Las campiñas se visten de verde y la vida es pletórica por doquier. Las feraces tierras no dejan de prodigar desde sus entrañas el alimento de los habitantes del campo y la ciudad: granos básicos, frutas, verduras, legumbres y hortalizas. Y el pasto para el ganado, es decir, la carne y la leche. La lluvia es necesaria, es una bendición y una maravilla de la naturaleza, para la flora y la fauna, y por supuesto, para nosotros también. Es claro que esta se convierte en problema cuando deja de ser simple llovizna o lluvia, para pasar a diluvios imparables, como los que traen consigo los ciclones. Ya sabemos de los desastres que ocasiona la naturaleza enfurecida. Pero esta vez no quiero referirme a catástrofes y la parte negativa de la lluvia. Ya bastante hemos tenido y mucho se ha abordado sobre el tema, con el cambio climático, la Madre Natura, el Niño, la Niña y toda la familia… Sólo pienso en lo terrible que sería la vida si no lloviera. Bueno, sencillamente, no habría vida. Así de simple y trágico.




Me gusta la lluvia. Me gusta ver la lluvia caer y sentir las gotas cayendo encima de los tejados. Me evoca recuerdos de mi infancia, pero además otros momentos buenos de épocas no tan remotas en el tiempo. Incluso, me gustan las lluvias con tormentas eléctricas, a lo que muchas personas temen. Es algo que me fascina, porque nunca siento la naturaleza tan cerca de nosotros, como en esos casos. Aún estando en una gran ciudad saturada de hierro y cemento. Siempre nos recuerda que está allí, siempre presente, como una cómplice y estrecha aliada de este planeta azul. En cualquier parte o rincón de La Tierra, siempre estará lloviendo, aunque lleguen las estaciones secas. Siempre fiel, volverá una y otra vez. Y me gusta escuchar los truenos, sentir como hacen estremecerlo todo. Y ver los relámpagos, y mejor aún, ver los rayos caer. Me gusta ver la tormenta en su furor, porque sé que pasará en algún momento, y después, como un maravilloso regalo, llegarán la paz y la calma. Así es la lluvia… y así es la vida.


Jorge Gamero Paguaga









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