sábado, 7 de noviembre de 2009

La costa del olvido

Hace unos cuantos años, trabajando en un proyecto de desarrollo en la Costa Caribe de Nicaragua, específicamente en las comunidades del río Coco, Región Autónoma del Atlántico Norte, en una de estas remotas aldeas, un líder miskito, me expresó con toda propiedad: “lo que pasa es que nosotros no confiamos en ustedes, los españoles”. De esta manera justificaba su falta de receptividad al inicio de la conversación. Entonces, yo le dije: “yo no soy español, soy nicaragüense, como ustedes”. Y él, repuso enfáticamente, “nosotros somos miskitos… ustedes son del Pacífico, son españoles, no piensan ni se preocupan por nosotros, nos tienen abandonados y siempre ha sido así…” Pasó un buen rato para convencer al líder de la comunidad por qué y para qué estábamos allí. Y más tarde, la situación cambió y pudimos iniciar nuestra labor. Ayudó mucho que uno de los integrantes del equipo era de origen miskito, conocido y muy apreciado en la zona. Y esta desconfianza, era la constante en cada comunidad indígena que visitábamos. De hecho, en estas extensas regiones, no existe el sentido de pertenencia nacional, porque efectivamente, el líder en cuestión tenía toda la razón, la costa Caribe, ha sido la costa del olvido.

Y esta situación, no sólo la siente y vive el pueblo miskito, sino también todas las etnias de la Costa Atlántica o Caribe, los indígenas mayagnas, ramas y afro-descendientes, en una región que ocupa casi la mitad del territorio nacional, dividido actualmente en las dos regiones autónomas del Atlántico, la RAAN, cuya ciudad cabecera es la ciudad de Puerto Cabezas, en el norte, y la RAAS, cuya ciudad cabecera es Bluefields, en el sur. Nicaragua es un país pequeño, como todos los de la región de Centroamérica y el Caribe, sin embargo, pareciera que se trata de un país enorme, como Brasil o el Perú, donde las regiones amazónicas son realmente remotas e inaccesibles en algunas zonas. En Managua y demás ciudades de la región del Pacífico, aún se tiene la sensación de lejanía, de tierras remotas, al hablar de la Costa Atlántica o Caribe. De hecho, para viajar a Bluefields, hay que hacerlo vía aérea, o en todo caso, si es por tierra, sólo se puede terminar de llegar por vía fluvial, pues no hay una carretera que conecte esa ciudad con el resto del país. Para llegar a Puerto Cabezas, en el Caribe norte sí existe una, pero la misma es casi intransitable en el invierno, hasta casi desaparecer. En todo caso, los “costeños”, tienen que recorrer entre 20 y 30 horas de camino en las unidades de transporte colectivo, en un viaje de pesadilla. Y quienes pueden hacerlo, viajan vía aérea. Es así que en estas regiones, de escasa densidad poblacional, pero de enorme riqueza multiétnica y pluricultural, se encuentran los municipios más pobres y atrasados del país, donde no existe la infraestructura básica y esencial que genere el desarrollo económico, social y humano.


La historia de la Costa Atlántica de Nicaragua ha sido diferente a la del resto del país desde el inicio. Los conquistadores españoles llegaron a principios del S. XVI, desde el sur por la región del Pacífico, atraídos por las ricas tierras de la Mar Dulce, y así fue como fundaron Granada y León, ciudades que fueron el nervio y centro de la vida nacional, hasta que surgiera Managua como capital, a mediados del S. XIX, siempre en la misma región. Entre tanto, las vastas y desconocidas tierras bajas del Caribe, eran ocupadas por los británicos, que las convirtieron en un protectorado suyo en 1655. Fue durante esta época que llegaron los pobladores de origen africano, que hoy le dan el sabor tan caribeño a la región, con su música y tradiciones. No fue sino hasta en 1894, que la Costa Atlántica o Mosquitia, fuera reincorporada al resto del país, en tiempos del presidente liberal José Santos Zelaya. Sin embargo, prácticamente nada ha cambiado desde entonces. Zelaya promovió el progreso en el país, Nicaragua se abrió al mundo moderno con el telégrafo, la energía eléctrica y el ferrocarril, entre otras cosas. En términos relativos, y de acuerdo a la época, el país estaba mucho mejor en esa época que en la modernísima actualidad. Pero a la Costa Caribe, no llegó el progreso, ni el S. XIX, tampoco durante el convulsionado S. XX. ¡Y aún no llega, en pleno S. XXI! Y por el contrario, pareciera que los pésimos gobiernos se dieron a la tarea de sumirla cada vez más en el abandono. Por ello, por ejemplo, la historia del pueblo Miskito ha sido una terrible tragedia, también se perdió el archipiélago de San Andrés, han sido cercenados sendos espacios de nuestro mar territorial, y siguen en peligro latente mucho más. Por ello, una región, inmensamente rica en recursos naturales y de extrema belleza, pareciera que fuera el más yermo desierto. Un territorio muy extenso, para el tamaño de nuestro país, que debería estar gozando de un bien merecido auge económico, a través de la agricultura, la ganadería, la pesca, la industria y el turismo de primer orden. Pero respetando la autonomía de sus pueblos y la relación con la naturaleza y el medio ambiente.


La Costa Caribe de Nicaragua debe ser un lugar donde haya buenas vías de comunicación, donde hacer una carretera pavimentada no sea, como suele ser, sólo pensando en “sacar la producción”, sino porque sus habitantes, el pueblo y el país lo merecen. ¿Por qué no podemos pensar así? ¿Acaso es tan difícil de lograrlo? ¿Por qué se piensa en la Costa Caribe y en sus pueblos, solamente cuando golpea un huracán o hay inundaciones? Las excusas sobran: “somos un país pobre… la Costa Caribe es muy extensa y poco poblada… muchos ríos caudalosos… sus pobladores se auto excluyen… es una realidad e idiosincrasia diferente, etc…” Y de repente, cuando hay conatos de independencia y separación, hay cierto alarmismo, aunque eso también se está haciendo una costumbre. Se está pretendiendo integrar a la región centroamericana, pero no estamos haciendo un mayor esfuerzo por integrarnos a lo interno de nuestros pequeños países. Es tiempo de dejar de poner pretextos y hacer algo contundente. Es obvio que puede haber integración del Caribe con el Pacífico. La solución es la misma que se necesita para acabar con los males que afectan a toda la nación en su conjunto: la corrupción, el Estado botín, la falta de voluntad política y la sentida ausencia de una auténtica democracia, donde se respete la libertad y los derechos humanos de todos los nicaragüenses, sin ningún tipo de exclusión. Eso es lo que debe prevalecer y nunca perder la perspectiva.


Jorge Gamero Paguaga



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