Los latinos de hoy: un nuevo mundo
En los Estados Unidos, a los inmigrantes de nuestra región, América Latina, se les conoce como “hispanos”, por razones obvias: la herencia hispana es parte de nuestra identidad regional. Pero también son conocidos como “latinos”, y quizás viene más al caso, dado que también hay colonias de brasileños viviendo en ese país, sobre todo en la Florida y costa este; y como sabemos, Brasil fue una colonia de Portugal, país que junto a España comparten la península Ibérica, y además ambos de origen latino.
Pero curiosamente, en el país norteamericano, de mayoría anglófona, a los españoles, portugueses, franceses o italianos, no se les identifica como latinos, por su condición de europeos, por supuesto. Es más bien un calificativo de identidad para los ciudadanos al sur del Río Grande. Esta curiosa situación, me ha motivado para hacer una retrospectiva histórica hacia nuestras raíces que identifican a nuestra región, parte de este nuevo, enorme y diverso continente, como latina, diferenciándola de la región norte, de raíces sajonas, conformada por los Estados Unidos y Canadá.
Los latinos de ayer: historia y mito
Todo comenzó en una pequeña región de la Italia del S. X A.C., el Lacio (Lazio, en italiano y Latium, del latín original), de apenas 30 por 40 kms. de extensión ubicada en la margen izquierda del bajo Tíber, el legendario río romano. Sus primeros habitantes llegaron de los cercanos montes Apeninos, y eran una especie de tribu precaria que fue asimilando la cultura de sus vecinos, los etruscos y después de los griegos que arribaron a estas tierras. La leyenda cuenta muchas versiones similares de la fundación de Roma. Según La Eneida, de Virgilio, el troyano y semidios Eneas llegó a la región, después de la derrota de la Guerra de Troya. El Rey Latino (era su nombre), lo recibió y le ofreció a su hija Lavinia como esposa. Ascanio, hijo de ambos, fundó la ciudad de Alba Longa, y fue el primero de varios reyes latinos, hasta llegar a Procas. Y aquí se sigue mezclando la historia con el mito, pues Procas tuvo dos hijos: Numitor y Amulio, correspondiendo el trono al primero por ser el mayor.
Celoso, Amulio obligó a su hermano al exilio y asesinó a sus descendientes varones, dejando con vida a la única mujer, Silvia Rea, a quien obligó consagrarse al culto de Vesta, la diosa del hogar, por lo que debía conservar su virginidad. Pero Marte, el dios de la guerra, se enamoró de la virgen vestal y con ella tuvo dos hijos: Rómulo y Remo, los famosos y míticos gemelos. Amulio, al enterarse de la existencia de sus sobrinos nietos, envió a un lacayo a asesinar a los niños, pero éste los dejó en una cesta en el río Tíber, la que fue arrastrada por la corriente, hasta que fueron encontrados y rescatados por una loba: la Luperca (la famosa loba del Capitolio). La loba les dio calor y los amamantó. Después los bebés semidioses, tuvieron la fortuna de ser hallados por un pastor, quien junto a su esposa los adoptaron y criaron. Al llegar a adultos y conocer su origen, Rómulo y Remo, decidieron eliminar a Amulio, lo que hicieron y repusieron en su trono a su abuelo Numitor. Decidieron fundar una ciudad en el lugar donde la loba los rescató, y así nació Roma. Rómulo terminó matando a Remo, y según la leyenda, se convirtió en el primer rey romano. La historia no precisa la fecha de la fundación real de Roma, pero se cree que fue alrededor de los años 758 a 728 A.C., aunque para tener una fecha concreta de referencia, se fijó el 21 de abril del año 752 A.C.
De una aldea a un imperio
Y la ciudad que comenzara como una pequeña aldea de la antigua Lacio, se convertiría siglos más tarde en la poderosa Roma, que conquistaría primero la península itálica y después gran parte de la Europa bárbara, el norte africano y el oriente medio. Fue así como el mundo conocido se “romanizó” o “latinizó”. Los romanos, a través de sus épicas gestas e innumerables conquistas, llevaron su cultura latina, incluyendo un idioma que llegaría a ser universal, y que es el origen de las lenguas románicas o latinas modernas, a saber: italiano, castellano, francés, portugués, gallego, catalán y hasta el rumano. Las primeras conquistas más allá de Italia fueron en la península Ibérica, después de la derrota a los cartagineses, allá por los años 200 A.C., donde destacara Escipión, el africano, hasta concluir en el 19 A.C. con César Augusto. Así surgió la provincia de Hispania (hoy España), que llegó a revestir mucha importancia para el imperio, y que fuera cuna grandes romanos, como el filósofo Séneca y hasta emperadores, como Trajano.
El procónsul Julio César, anexó al imperio las Galias (hoy Francia), tras una épica conquista entre los años 58 y 51 A.C., aún en tiempos de la República. Más tarde, en tiempos del primer emperador, Augusto, el imperio se expandió de manera sorprendente (en sus tiempos, año I, nació Jesucristo, en la Judea, provincia romana). Y el gigante romano siguió creciendo sin parar con los siguientes emperadores o césares, como Nerón o Trajano, quien llegara y tomara para Roma la región de la Dacia, a orillas del mar Negro, que diera origen a Romania, la actual Rumania. Y las fronteras se extendieron en el continente asiático, más allá del Asia Menor (hoy Turquía), Siria, Armenia; todo el norte del continente africano, desde Egipto a la actual Mauritania; y en Europa, hasta las islas británicas y la Germania.
El mar Mediterráneo fue conocido como el “Mare Nostrum”, por estar rodeado en su totalidad por el imperio de los césares. Lo que comenzó en el Latium, o Lacio, una pequeña y modesta región italiana, se llegó a convertir en el mayor y poderoso imperio del mundo conocido, el mismo que dejaría una huella indeleble en la historia del mundo y la humanidad, hasta nuestros días. Ellos, los romanos, herederos de las culturas griega y etrusca, crearon su propia identidad, que llegaría a constituir la base de la civilización occidental moderna. Lo notamos en los idiomas occidentales, y no sólo en los de la familia latina, también en los de origen sajón y nórdico, en la arquitectura y las artes, e incluso en la religión. No olvidemos que la Roma pagana por siglos, cedió en tiempos del emperador Constantino ante la victoria del cristianismo primitivo (Concilio de Nicea, 325 D.C.), de donde surgiera la Iglesia Católica Apostólica Romana, con sede en Roma y la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa, con sede en Bizancio (dividida hoy en diversos patriarcados y arzobispados: iglesias rusa, griega, polaca, serbia, búlgara, rumana, etc.). Es decir, que la influencia del antiguo imperio ha trascendido culturas más allá de las eminentemente latinas, como son los países de la cuenca sudoccidental del Mediterráneo y por supuesto, nuestra América Latina, la que habla en castellano y portugués, católica apostólica romana, donde aún hace unos pocos años atrás, las liturgias, eran oficiadas en latín, hoy lengua muerta, otrora universal.
Una península congestionada
Como ya fue abordado, la antigua Iberia, fue conquistada por los romanos en el transcurso de casi 200 años. Así surgió la provincia romana de Hispania, de la cual formaba parte la Lusitania (emplazada en el actual Portugal). Pero la identidad española e ibérica, como la que conocemos hoy en día, se forjó con la fusión de diversas culturas. Antes de la llegada de los romanos, los pueblos tartesos, celtas e iberos ya estaban asentados en la península, dejando su huella también los cartagineses. Roma conquistó y dominó por casi 700 años (de 218 al S. V D.C.), sobreviviendo aún a la caída del imperio mismo, en 476 D.C. Este largo período marcó una profunda huella en una de las más relevantes provincias imperiales. Pero a mediados del S. V, llegaron los visigodos, pueblo bárbaro de origen germánico, los que se asentaron en el norte de la península, desplazando a los suevos, que habían llegado antes.
Pasaron muchos años para ganar terreno y lograr establecerse, consolidar la monarquía y finalmente, renunciar al arrianismo, su religión, para adoptar el cristianismo (Rey Recaredo, III Concilio Toledo, año 589). Junto a la monarquía, dividieron administrativamente la Hispania en ducados y condados. Fue el origen de la España medieval, fusión de la herencia romana y gótica, como en el resto de Europa. La época del feudalismo y la nobleza, época oscura de los castillos, caballeros andantes, monasterios y abadías de una iglesia monopolizadora del conocimiento, dogmática a ultranza e inquisidora. Pero no olvidemos que la edad media o Medioevo, tuvo un largo período de duración, desde el año 476, marcado por la caída del imperio romano de Occidente, hasta la toma de Bizancio (imperio bizantino o antiguo imperio romano de Oriente) por los turcos otomanos, en 1453, aunque también se suele delimitar hasta el año 1492, con el descubrimiento de América, por parte del almirante Cristóbal Colón, al servicio de los Reyes Católicos Fernando e Isabel, quienes ese mismo año expulsaran al último reducto de los moros de territorio español (10 siglos de Medioevo).
Y a propósito de los moros, la invasión del pueblo árabe marcó otro hito en la historia de la península ibérica. Era pleno Medioevo, llegaron en 711 y en 725 ya se habían tomado casi la totalidad del territorio peninsular. Las pestes y epidemias que habían diezmado la población, así como la lucha por el poder, había debilitado a los visigodos, de lo que se aprovecharon los islámicos para su conquista. Además contaron con el apoyo de la numerosa población judía andaluza, en represalia por haber sido obligada a convertirse al cristianismo. Fueron ocho siglos de dominación musulmana en España, los que también dejarían su huella en la cultura hispánica, sobre todo en el sur, Andalucía (la antigua Al-Ándalus árabe): arquitectura, música, idioma, raza, exceptuando la religión. España, en su conjunto, ya era el fruto de un crisol de pueblos y culturas: tartesos, celtas, iberos, romanos, suevos, visigodos, moros. Todos ellos dejaron su huella bien marcada, pero no cabe duda que fue Roma la que creó las bases de esta nación multicultural que la hace compartir una identidad regional en Europa, la de origen latino, y que más tarde trasladaría al otro lado del inmenso y desconocido mar.
América Latina y mucho más
La edad moderna comienza con el descubrimiento de un nuevo mundo. Como sabemos hasta la saciedad, fue Cristóbal Colón el valiente “que se lanzó a la mar”, bajo la convicción de que la antigua teoría de Ptolomeo, de que la Tierra era redonda, era real, (y no como creían en las Indias Orientales: una superficie plana sostenida por cuatro elefantes parados sobre el caparazón de una tortuga gigante!). Y los reyes católicos de España fueron los únicos visionarios (sobre todo la reina Isabel), que brindaron su apoyo al almirante para que fuera en pos de su empresa, después que éste anduviera “de corte en corte”, presentando su proyecto. La condición de los reyes, era que todos los territorios que descubriera, así como sus riquezas, fueran poseídos y conquistados en nombre de la Corona española… Y así fue.
Lo que pasó después, es del conocimiento de todos. Durante su primer viaje, después de largos meses de viaje en sus frágiles carabelas, Colón llegó a tierra, se trataba de la pequeña isla de Guanahani, a la que el almirante bautizó como San Salvador. Era el 12 de octubre de 1492. Después llegó a La Española, hoy República Dominicana y Haití. Santo Domingo fue la primera ciudad fundada por los europeos en el nuevo mundo. Concluido su primer y épico viaje, posteriormente hubo tres más, abriendo el paso para los conquistadores que llegarían con la cruz y la espada, como Pizarro o Cortés, desde las vastas tierras aztecas, en la bautizada Nueva España o México; pasando por el puente natural de la América Central, donde fueron fundadas las primeras ciudades de tierra firme, como Panamá, Granada y León. De la Nueva Granada, hoy Colombia y Venezuela, hasta el imperio de los Incas, desde Ecuador a Bolivia y Chile, hasta el Perú del Machu Picchu. Mientras por el atlántico sur llegarían al Río de La Plata. A España se le unió enseguida Portugal, su vecino ibérico y latino también, otra potencia de los mares de la época, que tomara posesión de casi la mitad de Sudamérica, para dar a luz al futuro y enorme Brasil. Fueron tres largos siglos de colonización, explotación, exterminio, mestizaje y fusión de culturas, a lo largo y ancho de un vasto continente de llanuras, montañas, selvas, desiertos y riquezas naturales incalculables, que harían de España, Portugal y hasta de una oportunista Inglaterra, las naciones más poderosas de la Europa de entonces.
El nuevo continente, finalmente llegó a ser conocido como América, cuando quizás debió llamarse en su totalidad, Colombia, como el país, para hacer justicia al descubridor. Pero sería al cartógrafo Américo Vespucio, al que, probablemente sin él quererlo, le correspondería la fortuna y el honor de llevar su nombre, dado que fue el primero en comprender que se trataba del descubrimiento de un nuevo mundo. Y con el tiempo, ya en tiempos del rompecabezas de naciones en que se convertiría nuestra región a mediados del S. XIX, comenzaría a ser identificada como “América Latina”, aunque en realidad es más que latina, es la América mestiza e indígena, blanca, negra y de todos los colores, multicultural y diversa, cuna de grandes y magníficas civilizaciones que fueron aniquiladas y de las cuales sólo conocemos sus vestigios, por las ruinas teotihuacanas, aztecas, mayas, chibchas o incas y sus descendientes marginados. No obstante, es un hecho que esa denominación, es la que nos identifica como una sola región ante el mundo, donde a pesar de la diversidad, hay muchas cosas en común, convirtiéndonos en una de las regiones más homogéneas del mundo, la tierra de la esperanza y futuro del planeta. Somos latinoamericanos, somos del nuevo mundo, pero bien vale recordar que todo lo que somos, inició en la antigüedad en las entrañas de estas tierras, pero también al otro lado del mar, hace miles de años también, en una pequeña región italiana llamada Lacio, la antigua Latium, donde una modesta aldea llamada Roma, llegara a ser una poderosa ciudad y capital de un imperio que llegaría a conquistar el mundo entero.
Jorge Gamero Paguaga
1 comentario:
Muy buena información, especial para mi proyecto. Gracias!
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