Allí, donde el desierto se abraza con el mar,
adonde arribaran audaces fenicios
y se tornaran cartagineses.
La gloriosa Cartago de Aníbal,
la Cartago de la lucha heroica sin tregua
ante los descendientes de Venus y Eneas,
los del imperio, que inevitablemente,
hicieran del viejo mar surcado antaño por Odiseo,
su Mare Nostrum por siglos enteros…
Allí donde el desierto se abraza con el mar,
en tiempos de ninfas perdidas,
ellos llegaron… y conquistaron,
y sobre las ardientes arenas,
la Leptis Magna alzaron…
Y más allá…
donde Julio César fuera vencido,
y Marco Antonio colapsaría,
donde ambos se rendirían
¿ante el amor habrá sido…?
¿belleza… sabiduría…?
Ante la diosa y humana,
griega y egipcia… diosa y fuerte,
mujer y ptolomea… humana y débil,
reina del Mizraím ancestral,
el de las eras lejanas,
del Akenatón rebelde
y el Ramsés grande y omnipotente…
Allí, donde el desierto se abraza con el mar,
desde las puertas de Heracles,
hasta la otrora Cartago,
desde la Leptis Magna hasta el río sagrado y fértil,
desde los Atlas hasta Alejandría,
los confines de un continente y de la reina suicida,
donde las pirámides yacen, milenarias y cansadas
entre el ardiente sol y las arenas del tiempo…
Tierras de reyes, profanadas…
profanadas por miles de años,
siglos y siglos, ayer…
Y hoy también…
donde se libran mil batallas,
entre eternas idas y venidas,
de pueblos, lenguas, religiones y razas…
Allí, donde el desierto se abraza con el mar,
donde surgiera la África romana,
hoy otra vez se abraza la causa,
porque aún siguen las ninfas perdidas,
desde los tiempos de Tutankamón,
las púnicas crisis y la imperial Leptis Magna,
hasta llegar a las hordas anglosajonas y galas,
y a un pseudo César y su aventura,
el aliado del engendro teutón,
aquel mismo de la cruz gamada,
que en su extrema locura,
condujera al mundo al caos, la angustia y el terror.
Los hijos de Ismael lo saben bien,
sus herederos moros también…
las ninfas siguen perdidas,
y que algo hay que hacer…
Saben que como a todos,
a ellos también pertenecen…
Y han resuelto buscarlas…
Ir tras ellas,
y encontrarlas…
Y cuidarlas…
Dar por ellas sus vidas,
y no dejarlas escapar,
en nombre de sus pueblos,
orando a Mahoma,
y clamando a Alá…
Allí…
hoy , como Cartago lo hiciera,
hay una lucha sin tregua…
de rojo se tiñen las arenas,
tiemblan anacrónicos tiranos
y se rompen las viejas cadenas….
Siguen los vientos de cambio,
ya nada los puede parar…
El mundo ya no es el mismo,
eso ha quedado claro,
y con fuerza de cataclismo,
de nuevo ha vuelto a temblar…
Allí…
al sur del Mare Nostrum romano,
justo donde el desierto se abraza con el mar…
Jorge Gamero Paguaga
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