lunes, 14 de febrero de 2011

Un mundo que se torna amarillo

Las correlaciones de fuerzas están cambiando en el mundo de una manera acelerada. La crisis de los últimos años “ha mandado al traste” la solidez de las potencias económicas y comerciales tradicionales, como los Estados Unidos, Europa y Japón. Es claro que los Estados Unidos sigue siendo la potencia número uno, pero desde la gran depresión de los años treinta, no se había visto envuelto en otra crisis como la actual, demostrando su vulnerabilidad, misma que se ha evidenciado además dentro de sus férreos sistemas de seguridad, con los atentados terroristas del 2001, y los embates de la naturaleza, como ocurrió con el letal huracán Katrina, del 2005. La pregunta es: ¿hasta cuándo seguirá siendo la primera potencia mundial? Muchos expertos en la materia creen que es sólo cuestión de tiempo para que pase a un segundo plano. Y un gigante se prepara para tomar su lugar.



Por su parte, naciones del denominado todavía “tercer mundo”, están emergiendo como las potencias del futuro y algunas con tal fuerza, que desde el presente ya están demostrando su músculo y garra. Hay muchas denominaciones y grupos diferentes que incluyen a los países destacados. Pero merece especial interés el denominado grupo BRIC, donde Brasil, Rusia, India y China, son las protagonistas. El primero, por ejemplo, se ha convertido en el gigante de América Latina, y no cabe duda que hoy por hoy, es la locomotora de la economía regional y ostenta su propio peso en el mundo actual. La segunda, la ex república soviética, que constituía parte del “segundo mundo”, o extinto bloque socialista, pasó por años duros, durante la transición de una economía centralizada, propia del régimen comunista de los soviets, a una economía abierta y capitalista. Sin embargo, y a pesar de las consecuencias que ello les ha traído, como el retorno de las enormes diferencias sociales en una nación donde se suponía primaba la justicia social, además del surgimiento y consolidación de la mafia, etc., hoy, Rusia es la nueva potencia euroasiática. Por su parte, la India, la democracia más grande del planeta, desde el punto de vista del número de sus habitantes, que excede los mil millones, es la otra punta de lanza, aunque para lograr el desarrollo humano equitativo, el reto es tremendo, porque es una nación de marcadísimos contrastes, donde los temas culturales, étnicos y religiosos pesan demasiado.



Y por último, vamos al del primer lugar de los cuatro: la República Popular China. El mes pasado diversas agencias noticiosas del mundo anunciaron lo que ya se sabía y se estaba esperando, la China desplazó a Japón como la segunda potencia global, con un PIB nominal en 2010 de unos 6,03 billones de dólares, contras los 5,47 billones de dólares del país archipiélago (aunque tiene la ventaja de un PIB per cápita alto y un desarrollo humano homogéneo del que la China adolece. Renta per cápita en 2010: 42.235 dólares de Japón vs. 4.283 dólares de China). A lo largo de la primera década de este siglo, el gigante asiático fue desbancando a cada una de las naciones europeas: Italia, Francia, Gran Bretaña… y Alemania, que era la tercera, con un crecimiento anual constante de los chinos, desde principio de los años 90’s hasta el presente, en torno al 10%. Y ahora le tocó el turno a los nipones. ¿Por cuánto tiempo ocupará el puesto número dos? No lo podemos saber, depende los Estados Unidos y la propia China, por supuesto. Lo que sí es un hecho más que evidente, es que el mundo se está tornando “amarillo”, además de oriental y de ojos rasgados. (Datos, fuente: FMI)



Es un caso curioso este de la China. Como es sabido, en 1949, la revolución comunista encabezada por Mao Tsé Tung, puso fin a un sistema imperial de más de cuatro mil años. No fueron quemadas otras etapas, simplemente se pasó de un sistema arcaico que aún guardaba las costumbres de la milenaria cultura en todos los aspectos, a un modelo novedoso, ajeno y avasallador. Esta situación fue realmente traumática para la heterogénea población china, trayendo consigo crisis muy complejas y profundas, matizadas de conflictos étnicos, culturales y religiosos (como la anexión y lucha de la región del Tibet y otras regiones, por ejemplo). Al principio, se intentó imponer un sistema socialista, fiel al de la Unión Soviética, país que influyó demasiado durante los años 50’s. Pero Mao, a través de su campaña “Salto adelante”, decidió alejarse de su aliado y vecino para tomar su propia senda y modelo. La prioridad comenzó a ser la industrialización masiva de la nación, aunque siempre con el sistema de la propiedad colectiva y el control centralizador del Estado. Pero después, tanto esta campaña, como la posterior “Revolución Cultural” de los años 60’s del gran líder, fueron consideradas como fracasos. Aún así, no cabe duda que la decisión de Mao de crear su propio “comunismo”, al margen de los soviéticos, fue un hecho determinante para el génesis de la futura potencia.



Fue su sucesor, Deng Xiao Ping, el que asumió el poder en 1978, quien eliminó los vestigios del sistema maoísta y pondría las bases definitivas de la China de hoy. Sin renunciar a su sui generis sistema “comunista”, manteniendo el monopolio político ideológico del Partido Comunista y cerrándose ante una revolución democrática, sí desató una revolución del sistema económico y comercial de la nación. La propiedad privada y el juego de la oferta y la demanda comenzaron a ser realidad en una China eminentemente rural y campesina, con una población sumida en unos niveles de pobreza alarmantes, aunque muy laboriosa. Pero además, Xiao Ping, abrió al mundo la ultra cerrada economía de la milenaria nación. La idea original de Mao Tsé Tung, de hacer de su país una nación altamente industrializada, sí se mantuvo, pero con el toque de su nuevo y visionario líder, logrando ver los frutos de su modelo, hasta su muerte, en 1997.



Fue así como la China se convirtió en la potencia industrial del planeta. Como todos hemos sido testigos, el “made in China” se hizo famoso en los últimos rincones, desde productos textiles, hasta electrodomésticos, pasando por juguetes y vajillas. La clave era incentivos y facilidades para la inversión extranjera, como la baratísima mano de obra, y un mercado para sus productos. De hecho, los Estados Unidos se convirtió en su principal socio y mercado. Una alianza que se ha mantenido desde 1979, cuando Xiao Ping estableció las relaciones diplomáticas con la potencia norteamericana. Hu Jintao, el actual líder chino, continúa la misma y exitosa senda. Y como siempre, los intereses económicos y comerciales son más fuertes que cualquier otro asunto, el tema de los derechos humanos y civiles, la lucha del Tibet por su independencia, o el caso de un flotante Taiwán, son minimizados. Encima de que ambas potencias son miembros del privilegiado Consejo de Seguridad Permanente de las Naciones Unidas.



¿Comunismo? ¿Capitalismo? Al final, que importa… sí lo que realmente mueve al mundo es el dinero y el poder económico. Las ideologías no pasan de ser retóricas, trampas para los ingenuos e idealistas. Los chinos lo saben, siempre lo han sabido, y no han perdido tiempo. Han ido por lo suyo, y quizás no está remoto el día en que ocupen el lugar de la primera potencia del mundo. Y cuando eso suceda, quizás aún les falte mucho para cerrar la brecha del precario desarrollo humano del conjunto de sus habitantes, en una nación con más de nueve millones de km2 de superficie, y de más de mil trescientos millones de habitantes. No cabe duda que al paso que van, tampoco esté lejano el día que lo puedan lograr. Y a la vez, de una manera que nosotros, los occidentales, logramos percibir, pero cuyos alcances ni siquiera podríamos sospechar, siguen conquistando todo el orbe, un mundo que ciertamente se está tornando cada vez más amarillo. Más vale que las nuevas generaciones de todas las latitudes, vayan desde tiernas edades aprendiendo chino mandarín, la lengua global del futuro.


Jorge Gamero Paguaga



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