Estos términos, arraigaron y calaron en el espectro político internacional. Es así como surgieron las derechas radicales, cuya máxima expresión ha sido el nefasto fascismo, y las izquierdas radicales, con el comunismo o socialismo como sistema, impuestos en la Unión Soviética y Europa oriental, durante el siglo pasado. Sin embargo, y como sabemos, estas corrientes evolucionaron y colapsaron al no ser compatibles en la práctica. No obstante, prevalecieron el capitalismo, sistema económico de derecha, y las tendencias de izquierda democrática. Estados Unidos y las naciones de Europa occidental son los ejemplos más claros de economías eminentemente capitalistas de libre mercado. Aunque en los países escandinavos (Suecia y Noruega), se ha practicado con éxito la social democracia, con una economía social de mercado.
Es un hecho que los extremos y radicalismos son inviables. Es sabido que el sistema socialista fue un enorme fiasco que cayó con la cortina de hierro. Pero por otro lado, la debilidad del injusto capitalismo salvaje, fue puesta en evidencia con el colapso de 2008, a través de la explosión de burbujas, generándose primero una crisis financiera en Estados Unidos, que se tornó en una crisis económica global, como no se había visto desde tiempos de la gran depresión de los años 30, afectando así al mundo entero. Es así que el mundo se encuentra en el limbo y la incertidumbre. Y es claro que hay que hacer algo, reinventar los sistemas y los modelos. No obstante, pareciera que las lecciones no se han aprendido, y las alternativas que se están presentando, en lugar de abonar a la resolución del problema, han venido a complicar las cosas. Por lo menos, este es el caso de América Latina. Hoy, se sigue hablando de izquierdas y derechas, pero de manera anacrónica, en el caso de los extremistas.
Lamentablemente, la región está dividida, y este factor, es su peor enemigo. Es así, como vemos una nación como Colombia, donde aún persisten unas guerrillas que se dicen llamar de izquierda, y donde no se visualiza una solución a un conflicto que parece sin fin. Aunque la buena noticia es que no todo está perdido para esta nación, si no, recordemos los ejemplos de Guatemala y El Salvador, países hermanos, donde al final primó la razón y el civismo. Ojalá sea así con los enormes conflictos y desafíos de la actualidad, donde las “izquierdas” y las “derechas” aún siguen en claro protagonismo. No cabe duda que hace mucha “caña por moler”.
Es necesario que los latinoamericanos converjamos en los intereses comunes para integrarnos y consolidarnos como región. Es urgente que se tome nota de las experiencias y las lecciones aprendidas. Es claro que deben cambiar las actitudes extremas y radicales de algunos actores protagónicos. De nada sirve, por ejemplo, que el presidente de Venezuela y demás líderes de las naciones que conforman el ALBA, incluida Nicaragua, abanderen la justicia social a través de su “socialismo del S. XXI”, si violentan la democracia, los derechos civiles y las libertades públicas, promoviendo el conflicto, la exclusión y la polarización a lo interno de sus países y en la región en su conjunto. La situación es exactamente la misma de siempre, sólo que con actores, discursos y escenarios diferentes. Sigue prevaleciendo la ley del más fuerte y poderoso, a través de demagogias y populismos. Entonces, ante este trasfondo ¿cuál es la diferencia entre “izquierdas y derechas” de hoy? Sencillamente no la hay.
No obstante, y para ser justos, cabe señalar que en el caso de las tendencias de izquierda, ha habido buenos ejemplos en la región, cuando de izquierdas democráticas se trata, por supuesto. Y entonces vemos países como Brasil, Chile o Uruguay, donde son evidentes los resultados de una gestión positiva, de cara al progreso, la justicia social y el respeto a la democracia. Donde sus presidentes han gobernado para sus pueblos, con sus errores, pero sin afanes de megalomanías y espectáculos. Esa es la evolución que América Latina necesita.
Ejemplos como los del cono sur, donde por ejemplo, en Uruguay, un gobierno de izquierda tendrá continuidad a través de un nuevo presidente, porque ha hecho una muy buena labor. O en el caso de Chille, donde a pesar de que su presidenta también ha desempeñado un buen trabajo y su gestión ha sido aprobada por su pueblo, el próximo presidente podría ser de derecha. Y es que eso es lo que hay que perder de vista, que lo que debe importar y prevalecer es realmente el bien común y el desarrollo del concierto de naciones de nuestra querida Latinoamérica. Donde los actores que ostentan el poder político, sean auténticos servidores de sus pueblos, y no que se sirvan de ellos. Se necesita y urge un nuevo modelo que vaya más allá de todo esto y de la dicotomía convencional de “izquierdas y derechas”.
Jorge Gamero Paguaga
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