Estamos a finales de la primera década del tercer milenio y el siglo XXI. Es increíble, pero es así como pasa el tiempo de rápido. Atrás quedaron los aciagos años de las guerras mundiales del convulsionado siglo XX y la guerra fría. El mundo estuvo pendiendo de un hilo, a causa de una guerra nuclear, pero sí, aún estamos acá.
Pero no podemos cantar victoria, el fantasma de un cataclismo nuclear aún prevalece. Ya no por la guerra fría, pero sí por la guerra entre Oriente y Occidente. Vivimos tiempos de mezclas peligrosas de fundamentalismos religiosos y armamentismos, de intereses geopolíticos y guerras comerciales, tiempos de confusiones e incertidumbre ante el futuro, tiempos de terror y horror. Todo causado por nosotros mismos, los seres humanos, y con ello acarreamos a las demás especies de seres vivos de este planeta azul maravilloso y único que es el hogar de todos.
Y a es causa de los intereses creados de unos pocos, llámense estados, corporaciones multinacionales, individuos o grupos de poder político y económico mundial, que el mundo está siendo destruido, en detrimento de las inmensas mayorías, de miles de millones de personas, la flora y fauna, marina y terrestre. Sin ir muy lejos, todos podemos ver la contaminación de nuestro entorno, en nuestros pueblos y ciudades y sus alrededores. También lo podemos sentir con el evidente cambio climático que está trastornando la naturaleza y sus ciclos.
Y sin embargo, a pesar de los esfuerzos e intentos de los ecologistas del mundo por detener la tragedia, aún sigue llegando el dióxido de carbono a la atmósfera, se siguen contaminado los cuerpos de agua: mares, lagos, lagunas, estanques, humedales, manglares, ríos y arroyos, por sustancias tóxicas y letales. Un ejemplo actual de enorme impacto, es el gravísimo derrame de petróleo en el golfo de México, considerado el peor de la historia y una catástrofe ambiental de dimensiones dantescas.
Pero igual contaminamos el medio ambiente desde las áreas urbanas con miles de toneladas de basura, incluyendo el nocivo plástico, que demora más de cuatrocientos años en degradarse. Las fábricas y los automotores tampoco dejan de seguir en su otra tarea, la de asesinar lentamente el planeta. En los bosques, las sierras no paran de tumbar árboles por millones y las fronteras agrícolas siguen amenazando los ecosistemas. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), más del 60% de los mismos, ya han sido depredados en el planeta.
Todas estas cosas ya son conocidas hasta la saciedad, mucho se habla, se escribe y se difunde por todos lados, todo el tiempo, por aquí y por allá. Pero hoy, Día Mundial del Medio Ambiente, no está de más sumarse a las voces que nos recuerdan que La Tierra, nuestro hogar, está siendo asesinado, lentamente, a diario y sin tregua. Y que es preciso revertir este crimen y rescatarlo, antes de que sea demasiado tarde, por el bien de la naturaleza, su flora y fauna y obviamente, por el bien de nosotros mismos. No caigamos en el error de tomar el tema como un cliché o algo de rutina, o pensar que se trata de más alarma que otra cosa, de un problema sobre dimensionado. Sumirnos en la comodidad de subestimarlo y verlo pasar de lejos, es exactamente lo mismo que contribuir al crimen sobre el planeta y las futuras generaciones. ¿Acaso es eso lo que queremos…?
Jorge Gamero Paguaga
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